miércoles, agosto 15, 2012

Nada Fácil

Texto Publicado en la Revista digital @fectos, del Instituto Lux 

Desde sus inicios, hace poco más de 100 años, el cine es un patrimonio que hay que cuidar de manera responsable. No sabemos qué tan conscientes fueron Griffith, Murnau, Einsestein, Chaplin, Melies y los grandes pioneros del 7º arte, de la importancia histórica que iban a tener sus obras y de las innovaciones en un nuevo lenguaje que iba a dominar o, por lo menos, a establecer los parámetros de la comunicación en el futuro. Tanto entonces como ahora, el cine es una representación de una realidad histórica compleja. La historia del siglo XX estuvo detallada y contada paralelamente a través de movimientos cinematográficos: expresionismo, neorrealismo, etc., lo mismo que ha pasado con las demás artes durante la historia de la humanidad. 

Los que trabajamos en cine somos responsables de que tal representación, tanto en la forma como en el contenido, tengan la fuerza o la energía para perdurar en el tiempo. 

Nada fácil. Lo que decimos y la forma que le damos a ese discurso son una huella en el tiempo. Los Homeros modernos. 

Parecería una paradoja, ya que nos referimos a la realidad a través de la ficción, como lo hicieron Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Goya o Mozart. Aquí la importancia de lo estético, de la forma, del lenguaje que hace atractivo al fondo, al discurso, y que conlleva otra responsabilidad añadida: la provocación de sensaciones. 

Hacer cine, en pleno 2012, podría ser mucho más complicado que hace 100 años. La realidad cambia mucho más rápido que antes. Aun cuando la tecnología nos permite tener en el mercado cámaras accesibles y un software en el que podemos editar video y que viene incluido en el sistema operativo de cualquier computadora, la realización de cine sigue siendo compleja porque los contenidos evolucionan tan rápido que, por lo general, es difícil expresarlos en una película.

Los directores de cine no somos sociólogos, ni filósofos, ni políticos, ni siquiera somos guapos; pero por lo general la sociedad nos toma como profetas, visionarios y la verdad es que sólo expresamos nuestro punto de vista a través de una cámara, y quizá sea que, de la misma manera en la que "sacamos" las imágenes que tenemos dentro, en la cabeza, igualmente percibimos. Somos prácticamente autistas y, créanme, que no es una situación del todo agradable. El colmo es que ni siquiera ganamos lo suficiente por ser directores de cine. Nuestra economía se basa en los ingresos que hacemos por otros servicios: videos institucionales, publicidad, docencia, etc. Pero por todo eso nadie nos va a recordar. Incluso, siendo director y no actor, lo más probable es que identifiquen a tus películas con quien aparece en la pantalla y no con quién, durante varios años, construyó y persiguió el proyecto del filme. A los actores se les llega a dar el crédito de "... es una película de Perenganito el Actor...". 

Para no seguir con tanta demagogia les cuento un poco de mi experiencia personal, que supongo que alguno ya la ha leído por ahí, pero es que es la única historia personal que tengo. 

Hace más o menos un mes, entré en crisis anímica, porque económica siempre he tenido y por lo tanto no la considero crisis. Pensaba que no había hecho bien mi trabajo, y que por eso sólo les había gustado a los japoneses, pero que no iba a ir más lejos. Pero después pensé en el largo trayecto que he recorrido y que me llevó a estrenar en la capital nipona, que dicho sea de paso, tienen una especial cultura de la apreciación visual y estética que es realmente fascinante. 

La primera barrera de un director de cine es la paternal. Ningún padre de familia con sentido común y preocupado por su hijo/hija le aconsejará estudiar cine y dedicarse a ello. No fui la excepción. Y esto, como ya comenté en alguna otra ocasión, a mí me causa un conflicto muy grave aún ahora, ya que llega uno a pensar que hacer cine no sirve para nada. El primer paso en la carrera de un realizador es de superación personal, un ejercicio de autoestima sobrevalorado llevado al límite, que nos permite tomar la decisión de arrancar en un largo maratón. El poder de la sugestión descontrolada. Lanzarse al ruedo con banderillas y capote imaginarios. Pero, finalmente, es la base a la que nos agarramos para no claudicar. 

Emigré de México hace 10 años para buscar más oportunidades en España y, ahora, la situación es completamente inversa, y ahí voy de retache. Del 2002 al 2006 estudié dirección y guión en una escuela de cine. Desde entonces y hasta el 2008 me desarrollé como asistente de dirección, como varios de mis compañeros de clase. El segundo paso, al que no todos los que estudian cine llegan, es a desarrollar un proyecto atractivo, un guión de largometraje. Unos cuantos teníamos ya proyectos de largometraje escritos, y sólo un par nos tiramos al abismo en búsqueda de productoras que nos apoyaran. Por lo general, las escuelas de cine tienen el premio "Opera Prima" en el que escogen uno de los guiones de un alumno para producirles una película y dar una de las primeras chambas a sus ex-alumnos. Sin embargo, en muchos casos, este largometraje no llega ni a filmarse, que es lo que me pasó con mi peli y la escuela donde estudié, que aun siendo seleccionado para filmar "La Brújula..." tuve que salir a la calle a tocar puertas para buscar mejores opciones. Para esto necesité de mucha paciencia y de mucho tiempo, por lo que fue difícil seguir trabajando en el medio como asistente, script, montador, etc. Una apuesta en la que se juega el todo o nada. Una de las complicaciones es la gran oferta de propuestas que llegan a las productoras. Hay miles de realizadores con proyectos buscando apoyo para poder filmar. Lo normal es que de 30 productoras donde se toca la puerta en ninguna se dé una respuesta positiva. Seguramente en todas harán una enriquecida crítica favorable al guión con una ligera justificación por la que no producirán la peli, situación que deja a uno la sensación del Barça jugando contra el Chelsea. Entonces hay que sobarse los nudillos y tocar en la 31. Ése es el tercer paso, que puede llevar un par de años y aun así no significa nada. 

El cuarto paso, que más bien es un brinco, es conseguir la financiación de la película, que corresponde más al productor que en un delirio decidió apoyarte para que puedas filmar tu guión. Hasta hace algunos años, en España, como en el resto del mundo excepto E.U. y la India, la industria cinematográfica obtiene los recursos económicos para su desarrollo a partir de subvenciones del gobierno, programas de apoyo de diferentes instituciones o de comisiones estatales de filmación, de fundaciones internacionales, y en el caso de México y un par de países más, de estímulos fiscales. Al tratar de levantar la primera película, lo más obvio es que, como difícilmente alguien más aparte de uno sabe realmente cómo se va a filmar, los apoyos sean otorgados a directores con trayectoria. Cuando alguno llega a conseguir el dinero para rodar, se da cuenta de que en realidad necesitaría más dinero, por lo que obtener una financiación tampoco significa nada. 

Aun así, con el presupuesto reducido, los productores y realizadores se suben en el caballo blanco y alzan el estandarte de la campaña hacia la "preproducción" de la película, el quinto paso, el cual se debe de dar con firmeza y seguridad, ya que de esto depende que todo llegue a buen fin. A diferencia de los pasos anteriores considero que éste sí significa algo, demasiado, quizá. 

El sexto paso, el más emocionante de todos, es el rodaje. El primer día de producción todo es caras alegres, abrazos y risas. Poco dura ese estado anímico. En México se filma de lunes a viernes y sábado medio día, por la tarde se celebra la semana de rodaje con una fiesta en la que nadie sabe si el lunes siguiente se podrá seguir filmando, porque los presupuestos se ven mermados con una aceleración desproporcionada a lo previsto. Se dice que el 50% de las películas no llegan a la última semana de filmación, por lo que, efectivamente, este sexto paso tampoco significa nada. Aquí cabe destacar otra de las responsabilidades que conlleva ser el director de la peli, y que en la mayoría de los casos es la más difícil de conseguir. Estoy convencido de que un director es el responsable de que en un rodaje las cosas funcionen bien y bonito. Sí, bonito, porque si miramos en retrospectiva todos los pasos que no significan nada pero que ya hemos dado, nos tenemos que dar cuenta de que todos en el equipo, los 20, 50, 70 ó 100 personas que trabajan para que puedas decir "¡corte!", absolutamente todos han pasado por las mismas que uno, y hacen esta chamba por gusto, y no hay peor cosa que hacer a disgusto algo que te gusta. Tengo que decir que por eso es importante haber trabajado en otros rodajes, en películas de otros, para saber valorar ese trabajo, al que finalmente nos hemos decidido dedicar simplemente porque nos la pasamos bien. Si logras contagiar un buen ánimo, crear un clima divertido de trabajo con un flujo eficiente, entonces conseguirás que la película tenga algo que no se aprende en la escuela: que la cinta tenga espíritu. Es algo que finalmente no se ve en la pantalla, pero se siente, es la metafísica del cine y que, como decía anteriormente, es una responsabilidad que todos los directores debemos de tener presente a la hora de trabajar. Así, entonces, si la película al final es un bodrio insoportable, por lo menos que el equipo se lo haya pasado bien haciéndola. 

Si se corre con la suerte de que un productor pueda vender rápidamente su casa y su coche para poder finalizar el rodaje, te debes de preparar para entrar en el aletargado séptimo paso: la postproducción. La ventaja del cine actual es que al poder digitalizar el material filmado, puedes ir editando la película en tu casa, eso sí, por las tardes, porque en las mañanas tienes que ir a trabajar, en mi caso, de mesero en una cafetería en el barrio de Gracia, en Barcelona, donde todos tus compañeros de chamba son directores de fotografía, actores o, como tú, realizadores. La única ventaja de hacer cine de autor está en este paso, ya que conforme vas teniendo una aproximación al corte final de la peli, puedes ir enviando DVDs a festivales. Existen 14 festivales de clase "A", que son los reconocidos por la Federación Internacional de Productores de Cine Asociados, que como su nombre indica, no significa nada, pero en el mundo del cine se piensa que ser seleccionado en uno de ellos da mucho prestigio, y esto a las instituciones, fundaciones y programas que apoyan a la producción cinematográfica les llama la atención. En general, todos los festivales buscan películas de estas de autor, raritas, que si bien nos va tendremos distribución en DVD en Francia, Polonia, Suecia, Canadá y en países con una población de intelectuales con poder adquisitivo suficiente como para desarrollar una melomanía que, de todos modos, no te garantice que vayan a quitarle el celofán a tu película, que compraron porque en la portada dice que fue seleccionada en uno o varios festivales. Por eso, para quienes hacemos cine de autor y no tenemos lana para acabar la postproducción de nuestras operas primas, el ser seleccionados entre los miles de películas que circulan en el circuito de festivales puede considerarse como la culminación del séptimo paso, en el que, incluso, nos podemos tomar un descansito. Pero que si tomamos en cuenta lo del celofán, no significa nada. 

Los pasos que siguen son la comercialización y distribución de la película en puestos del mercado y Tepito, así como en distinguidas páginas de descarga en internet. Ésos ya no me corresponden a mí. Lo que me toca es ponerme a escribir, a volver a empezar, pero esta vez desde México, donde, 10 años y medio después, la situación se ha invertido en cuanto al desarrollo de la cinematografía, ya que España sufre, como todos sabemos, de un descontrol en el sistema de navegación económica que ha anulado prácticamente toda su producción de películas, y en México, aunque no lo crean, hay mucho más oportunidades. 

Pensando en todo esto me relajé después de la crisis post Tokyo. Porque, al final, creo que soy un afortunado que pudo escribir un guión de largometraje, que pudo engañar a un productor para que me financiara la peli, que conté con un equipo de gente valiosa que enriqueció mi espíritu y el del filme, que pudimos, apenitas, pero pudimos, terminar de rodar en Sombrerete, que después de un año y medio de montaje conseguí un corte final que hasta a los compatriotas de Kurosawa, Ozu y Miyazaki les gustó. Me sentí tan bien después de pensar todo esto que invoqué a la buena vibra y en esos días nos empezaron a llegar correos de otros festivales. 

Eso es lo que pasa cuando eres director de cine, que al final, no terminas de creerte todo lo que te pasa, porque mañana es jueves y me toca estar de 11 de la mañana a 7 de la tarde sirviendo cafés, cervezas y tapas, con el hombro medio dislocado por un accidente en el skate. Porque, como hace 100 años, nunca sabes hasta dónde van a llegar tus ideas y porque cada paso que das, en el mejor de los casos, se convertirá en una pequeña partícula de patrimonio de la humanidad.