sábado, octubre 17, 2009

Blanca y radiante no va la novia

Por Benjamín Cordero

Arturo Pons es el único leonés en la historia que, teniendo “constancias oficiales” que acreditan su incuestionable pertenencia al primer sexo, concretó el máximo sueño de las señoritas decentes:

Se casó de blanco.

El día de su boda, los convencionalismos llevaron un velo y una cauda muuuy largos… para que fueran pisados agusto.

Por supuesto él se tomó muy en serio el casamiento, pero su mujer catalana -que es muy decente por cierto- a petición suya tuvo que elegir otro color fuerte.

Cómo la conoció él y qué color de vestido eligió ella, no se dirá de momento sino que, por razones perversas, aparecerá en uno de los últimos párrafos de esta Aldaba.

Es que se trata de que quien caiga en esta página lea la sección completa, aunque sea por morbo y eso, vamos a ver… porque éste no es un largometraje y lo más deseable sería que hoy mismo se grite “¡Corte!”, en esta penúltima escena que trata de Arturo, este leonés hoy inminente director de cine que hace casi una década entró en la Ibero de León a estudiar -creía él, creyeron todos los que le conocían- la fascinante carrera de Ingeniería Industrial.

Si bien nos va, será eso nada más: la penúltima escena. La última, donde debe aparecer la palabra “Fin”, será editada solamente cuando Arturo Pons ascienda al cielo de los verdes.

(Cuál es ése también será aclarado en alguno de los párrafos bastante posteriores, y también por las mismas razones perversas citadas arriba).

Enseguida viene pues la escena de hoy.

Arturo no teme que se le acaben las ideas, aunque tenga muchas y tan dinámicas que es uno de esos seres imposibilitados para saber con certeza cuál será el siguiente cacho de terreno que va a pisar, o en cuál cresta de ola se montará él, para suplir a la patineta con la que roturó las calles de León, mientras vivió en León.

El itinerario se su vida hasta ahora ha incluido escalas mutuamente excluyentes para quien es -o se considera- gente seria: él probó Ingeniería Industrial, terminó Comunicación, vagó por el agujero negro de las páginas web, iba que volaba para jazzista en París, admitió rigurosos 15 por ciento de propina en sus trotes de mesero y barman en Barcelona, y acabó cineasta del Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña.

Hoy está en vísperas de rodar su primer largometraje en Matehuala, San Luis Potosí, y en Almería, provincia española que goza de dos privilegios: ser dueña del único desierto europeo y haber sido el escenario donde Sergio Leone inauguró los “Spaghetti Western” comenzando por supuesto con “El bueno, el malo y el feo…”

Gracias a Sergio Leone, el mundo se enteró de que los forajidos se visten en Gucci; que John Ford filmó “La Diligencia” nomás para poner la muestra; que no son necesarias las meseras pechugonas para “contar una de vaqueros”; que los villanos guapos nacieron con Clint Eastwood; y que cuando a los villanos se les quita lo guapo, se convierten en directores de cine arrugados pero asombrosos como el mismo Clint Eastwood ya mayorcito en “Los Puentes de Madison”.

Ahora que se deshidrate en Matehuala o cuando sude la gota gordísima en Almería, Arturo Pons nos dirá qué género quedará inaugurado.

De momento, al primer impertinente que le pregunta qué necesita como locaciones para su película, Arturo responde que nada más él mismo, que no sabe qué escribirá ni qué elenco elegirá ni con cuántos euros financiará su ópera prima “La brújula la lleva el muerto”, así que lo de menos es el escenario. Es más, el mismo Arturo parece sorprendido con él mismo cuando declara que sí, que él escribió el guión original, que él encontró -como encuentra siempre, por casualidad, todo lo que halla de valioso y determinante- al músico que compuso la música y que es otro leonés que, a’i nomás, está por comenzar su doctorado de composición en Harvard gracias a una de las dos únicas becas que concede esa universidad de mírame-y-no-me-toques. Universidad que, además de hornear economistas catastróficos, acoge mentes brillantes que luego escuchará uno, como Arturo Pons, por mera casualidad, si paga cincuenta pesos para entrar en un cine que uno de estos años programará la ópera prima de un leonés, con música especialmente compuesta por otro leonés, y actuada por más leoneses (de los que ayer nomás quedó apuntado uno: Eulalio Nava) y por catalanes de los que no quedó consignado ninguno.

Y ya es hora de irse y es hora que esta Aldaba no acaba de dar el “¡Corte!”, que debió dar hace rato, si no fuera tan charlatana.

Ánimas que no amanezca.

y Por favor disculpe el color del vestido de novia. Disculpe también la oscuridad en la que quedó el cielo verde. Y que el resto del elenco hallado en León de México y en Barcelona de Cataluña por Arturo, para su película, que disculpen también, porque tanta anécdota y tanta gente ya no caben aquí.

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